Hace muchos muchos años hubo una princesa que cayó presa de un profundo sueño a causa de una maldición.
I
Según cuentan las leyendas fue un hada rencorosa por no haber sido invitada a bendecir a la niña el día de su nacimiento la que lanzó la maldición que sumió, años después, a la princesa Alba en un sueño imperturbable. La realidad es que fue su propia madre, la reina, amargada y resentida por haber sido obligada a casarse con un rey al que aborrecía y que la maltrataba, la que provocó el encantamiento, deseando con todas sus fuerzas evitarle a su adorada hija los sufrimientos que ella había pasado con un hombre que no la quería. Así, los ojos de la princesa se cerraron en cuanto se convirtió en mujer y sólo se abrirían con un beso de amor verdadero.
La maldición, en sí, no había por donde agarrarla: que un príncipe que se enamorase de una princesa a la que sólo había visto dormida indicaba bien a las claras lo superficial que era el príncipe y el poco valor que otorgaba a otras posibles cualidades de la princesa; tampoco había cláusulas que asegurasen que el príncipe debía ser un verdadero príncipe, sólo se necesitaba un beso de amor verdadero, algo que abría las puertas a cualquier gañán o buscavidas sin necesidad de que tuviese sangre azul o los recursos necesarios para mantener el tren de vida que la niña necesitaba y merecía por cuna; y por último, y más importante, el valor del amor recaía en el príncipe, no en la princesa, que, a fin de cuentas, no tenía ninguna elección.
Eran tiempos de reinos felices, princesas amadas, dragones malvados y bosques encantados, así que no juzguemos tan alegremente los cándidos deseos de la reina.
El caso es que la princesa Alba no despertó con ningún beso. Al principio fueron muchos príncipes los que lo intentaron; pero la locura de los reyes al no poder recuperar a su hija y la decadencia en la que sumieron al reino, redujeron gradualmente el número de pretendientes hasta que ya nadie lo intentó. Y el sarcófago de cristal donde dormía Alba fue escondido en un lugar seguro y murieron sus padres y el bosque se comió el reino hasta hacerlo desaparecer bajo un denso e impenetrable manto de hiedras y zarzales.
Así permaneció oculto en la noche de los tiempos.
II
Fue el príncipe Ramón quien encontró el escondite secreto por casualidad mientras buscaba hadas en el bosque. Una pisada que retumba en hueco, unos cuantos cortes y pinchazos, una puerta de madera debilitada por la humedad y carcoma, patada, unas escaleras que se hunden hacia el infierno y un templo subterráneo.
Cuando Ramón logró descender y sus ojos se adaptaron a la mágica luz que generaban miles de luciérnagas silenciosas vio el sarcófago cubierto de polvo y su excitación fue máxima.
Cuando se acercó al sarcófago y limpió un poco el polvo para ver en su interior cayó al suelo del susto pero tras una ardua batalla interna contra su deseo de salir corriendo decidió abrir el sarcófago: había una niña que radiaba un aura luminescente y su pecho se movía acunando una respiración apenas perceptible. Trató de despertar a la niña por todos los medios, pero no hubo manera. Buscó y buscó sin saber qué buscaba, pero no había nada, sólo una niña y cientos de fragmentos del sarcófago de cristal que Ramón había tirado al suelo al descubrir el cuerpo.
Todo aquello era muy raro, pero Ramón sólo veía una cosa: un hada para él solo.
Cuando regresó a su casa no dijo nada, sabía que a su madre no le haría gracia. Y era mejor no enfadar a su madre…
Macarena, la madre de Ramón, había sufrido mucho por aquel niño que estaba al límite del retraso mental. Los primeros años fueron horribles: todos se burlaban de aquel niño tonto y monstruoso; incluso el padre descargaba su vergüenza y frustración en forma de palizas a la madre y el hijo. Pero un día, al límite de sus fuerzas, Macarena le cortó el cuello al padre mientras dormía borracho, después de darles la enésima paliza. Y desde ese momento Macarena fue una reina guerrera y su hijo su fiel ariete. Un ariete de dos metros y 150 kilos, de espalda peluda y cabeza pelada, grasiento y dejado, violento y descerebrado.
III
Ramón continuó visitando en secreto a su hada durmiente.
Primero sólo la toqueteaba como a una muñeca de trapo: la desnudaba y recorría todo su cuerpo con sus sucias manos, siempre temeroso y ansioso por que despertase.
Después empezó a violarla. Por todas partes. Las primeras veces fue difícil y la niña sangraba en silencio. Pero con el tiempo y salivazos fue más fácil. Ramón la vestía con la lencería de su madre, la ponía en diferentes posiciones, le hacía fotos, se corría en su cara, la arrojaba contra la pared, le daba golpes para ver cómo quedaban los hematomas…
Macarena tardó un poco en darse cuenta de que algo raro pasaba; Ramón estaba demasiado tiempo en el bosque y no miraba porno por Internet. Ya ni si quiera usaba los calcetines como aliviadero.
IV
La última noche fue la más extraña. Ramón le había llevado a Alba las braguitas favoritas de su madre, las que usaba cuando Ramón se volvía loco por el dolor que recorrían todo su cuerpo y había que calmarle. Vistió a Alba con delicadeza después de limpiarla amorosamente con agua y jabón. La maquilló como buenamente pudo, encendió la vela del pastel y le dijo al oído: es nuestro aniversario. Y la besó largamente en la boca.
En ese momento los ojos de Alba se abrieron de golpe y empezó a chillar. Pero no fue un chillar normal, sino un chillido del más allá, de un dolor sobrehumano. Alba había estado consciente desde el día en que se cumplió el maleficio: tenía buenas razones para chillar.
En ese momento, Macarena, que por fin había descubierto el secreto de su hijo y le había seguido hasta el bosque, se abalanzó sobre ella y la agarró por el cuello con las manos. Alba trató de librarse, pero Macarena estaba chillando a su hijo: mátala, mátala, es mala, te denunciará, como todas, me llevarán a la cárcel, mátala! Y Ramón la mató. A golpes. Hasta que la cara de Alba quedó irreconocible.
V
La enterraron con todas las demás. En el jardín del palacio.
Ramón plantó unas flores encima de ella. Las únicas que había en el jardín. Sus lágrimas hicieron que brotaran fuertes y hermosas.
Había amado a Alba de verdad.
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