Érase una vez una niña guapa, buena y alegre que vivía con su abuela en el País de las Casitas Pobres.

Alba era una niña feliz que nunca pedía nada. Sabía que en casa no había casi dinero y a duras penas podían pagar la casa y la comida con la pensión de su abuela. Pero la verdadera razón de que nunca pedía nada es que a Alba nunca le faltaban las cosas verdaderamente importantes.

Alba, 10 años
Sus padres murieron en un accidente durante un viaje a la Luna. Vive con su abuelita.
Es buena, obediente y cariñosa con su abuela, a la que ayuda en todas las tareas de casa sin que tenga que pedírselo. Soñadora de ideas loquitas, pero tímida y callada delante de gente. 
Morena de piel y pelo. Ojos de color miel. Pequeñita y delgadita. En fotos queda guapísima.

Sin embargo, cuando empezó primero de doma de hipopótamos, la felicidad de Alba empezó a diluirse poco a poco.  No fue nada que pasase con su abuela o en su casa. 

Hasta ese momento, ir al colegio había sido divertido. Pero el paso al instituto fue extraño. De repente, la clase se dividía entre populares, marginadas e invisibles. 

Las populares eran admiradas y envidiadas por todas. Vestían como niñas mayores, tenían móviles y perfiles en la red social, veían vídeos tontos la mitad del día y la otra mitad subían fotos poniendo morritos o bailando como pingüinos mareados cayendo de culo.

Las marginadas eran las apestadas: nadie se acercaba a ellas. Todas tenían algo raro o diferente. Ni siquiera se juntaban entre ellas. Las populares se divertían gastándoles bromas pesadas y subiendo los vídeos para que todo el mundo pudiera burlarse de ellas.

Alba entró en el grupo de las invisibles. Simplemente estaban allí todas las que no tenían móvil, ni vestían como mayores ni daban problemas a nadie.  Y así, sus días de instituto pasaron a ser grises y silenciosos…

Y así pasó casi un mes de nubarrones hasta que la llegada de una nueva alumna con el curso ya empezado inundó su corazón: era Alma, su amiga de toda la vida. Había desaparecido misteriosamente dos años atrás cuando encontraron un jardín de fresas salvajes en su garaje. Ni siquiera se habían podido despedir. Pero aquel día entró radiante y dicharachera por la puerta como si no hubiera pasado nada…

Alma, 10 años y medio
Vive con su padre, aunque apenas lo ve. Su madre les abandonó cuando Alba era todavía una bebé.
Loquita y divertida. Le encanta comprar, hacer cosas y ayudar a los demás.
Pelo rosa. Alta. Un poco patosa
Le encanta mezclar todo tipo de estilos. Cuantos más mejor. 

Ni qué decir tiene que a Alma eso de los grupos le importó una caquita de cabra: ella era igual con cualquiera. Incluso un poco borde con las populares, a las que no tragaba. Involuntariamente creó un nuevo grupo que sólo la englobaba a ella misma:  las ¡superestrellas! 


Alma, que, por supuesto, tenía móvil y perfil en la red social, necesitaba que Alba tuviera móvil. ¿Cómo era posible no estar conectada con su mejor amiga? Menos de una semana después de su retorno apareció con un nuevo móvil igual que el suyo para Alba: había convencido a su padre de que como se pasaban el día juntas y él no estaba nunca necesitaban estar conectadas también en la red. ¿Qué iba a decir un padre que se siente culpable por no estar con su hija?

Los ojos de Alba brillaron como la luna llena reflejada en el mar. Se sentía casi casi como una niña mayor…

Lo primero que hizo, guiada por Alma, fue sacar decenas de fotos: selfies sola y con Alma, con las marginadas, con una hipopótama que salía a tomar el sol…  Después creó su propio perfil en la red social y se pusieron a subir vídeos tontos de forma compulsiva hasta el anochecer. Como foto de perfil puso a la hipopótama.

Al día siguiente se dedicó a hacer fotos con Alma y a subir vídeos de las dos con orejitas de animales sacando la lengua. Tenía ya 14 followers. La última foto recibió 8 likes.

Camila, la antigua reina de las populares, se les acercó en el recreo. 

Camila, 11 años

Tiene una habilidad especial para lograr que le obedezcan. Es lista y mala. Le gusta reírse de la gente y hacer bromas pesadas.
Es una diablilla de mirada traviesa y burlona. Tiene colmillitos y cuernos. Es muy guapa, pero guapa de niña mayor.

-¿Sólo tienes 14 followers? Parece que sólo sois populares entre niñas pequeñas que no tienen móviles, ¿no? Bailecitos tontos que no interesan a nadie. Pensaba que seríais más interesantes pero sólo sois niñas con móviles. 

Las miró con aires de superioridad y se alejó sonriendo mientras las otras populares observaban la escena entre cuchicheos…

Al día siguiente Alma no apareció por clase y tenía el móvil apagado. Raro…


Por la noche, en cuanto su abuelita le dió un beso y cerró la puerta de su habitación, Alba trató de comunicarse nuevamente con Alma, sin respuesta. Ni siquiera recibía los mensajes. Por hacer algo, se puso a revisar las fotos para encontrar la mejor para usarla en el perfil; ¿quién iba a seguir a una hipopótama? Necesitaba un perfil interesante como el de Alma.

La mayoría de fotos estaban movidas o salía un dedazo o no eran ella o no estaba sola… Pero había un selfie, en el que aparecía sólo ella, que era perfecto. 

En esa foto estaba guapa. Guapísima. Pero no usaría esa foto: era demasiado perfecta para que las personitas normales la vieran. Se la guardaría para ella, para mirarla cada noche y recordar que era la niña más bonita del mundo. Bueno, Alma podría verla. 

Y así se durmió, mirando su selfie, ampliándolo en su móvil para encontrar imperfecciones que no había y deseando ser siempre así de guapa siempre… Su superselfie…


Al día siguiente, nada más llegar a clase, se fijó en Roco. Estaba quieto en una esquina de la clase con la mirada perdida y vacía. Era grandote y con el pelo en llamas. Reconocía esa postura. A veces, Roco se ponía muy nervioso y se quedaba muy quieto justo antes de caer al suelo entre espasmos y convulsiones. Dicen que tiene epilepsia. 

Roco, 11 años
Tímido y reservado. Siempre juega solo aparte. No quiere que nadie se acerque a él. Ultrasensible y defensivo-agresivo.
Tiene un problema que le impide gestionar las emociones y sufre ataques de ansiedad por ello

Alba iba a avisar a la profesora, pero justo en ese momento vibró su móvil. Estaba prohibido llevarlo encima, pero se lo había olvidado en un bolsillo. Lo tenía en silencio de todas maneras. Al mirar la pantalla disimuladamente no vió ninguna notificación, pero la pantalla estaba encendida y veía SU selfie. ¡Qué raro! Parecía que su propia foto la hubiese llamado…

Sin pensárselo, sacó el móvil y empezó a grabar un vídeo de Roco, que en ese momento cayó al suelo… 

Camila se acercó sigilosa.

-Vaya vaya… parece que tienes un buen vídeo… Con lo bonita que eres podrías tener cientos de followers. Sólo tienes que darle a las otras personitas lo que quieren: diversión. 

– No, no, no… No sé porqué lo he grabado, pero no voy  publicarlo, pobrecito. -Repuso Alba.

-No te preocupes: a las niñas bonitas les perdonan todo. Las personas grandes son así de tontas… Con esa carita de ángel, poniendo ojos tristones, te perdonarían hasta que pintases de verde al gato. Después del vídeo sube uno de disculpas con carita de arrepentida y todo arreglado. ¡Incluso Roco te perdonará!


El vídeo quedó genial. Cuando su abuela le dio las buenas noches y apagó la luz ya tenía más de 500 likes. Y 232 nuevas followers.  Por si acaso, hizo caso a Camila y subió un vídeo poniendo morritos de niña mayor y ojitos de gatita pidiendo perdón por ser curiosa, como hacían las populares. Y lo cerró con un ahegao. Había visto que todas las populares lo hacían…

Antes de dormirse echó un último vistazo a su selfie para asegurarse de lo guapa que era. Lo que vió no le gustó mucho: parecía un poco mayor. Y los ojos ya no brillaban tanto. Y parecía un poco mala. Un poco raro, ¿no? Apagó el móvil.

Por la mañana, su vídeo-disculpa tenía ya más de 1.000 likes. Y el de Roco superaba los 1.500. A lo largo del día fue subiendo vídeos tontos de ella bailando como una niña mayor a la espera de que pasara algo gracioso o interesante que grabar. Pero no pasaba nada. La mayor parte del tiempo no pasaba nada. Supongo que es mejor hacer que pase… Su móvil empezó a vibrar; volvía a ser su selfie…

Sin pensarlo, cogió el móvil delante suyo y se puso a grabar cómo Martina se ponía a llorar y a chillar como una loca cuando le quitaba ese estúpido sombrero. 

Al poco de subirlo ya había doblado el número de followers. También empezaron a llegar algunos comentarios diciéndole que aquello estaba mal, así que subió otro vídeo de morritos y ojos de gatita pidiendo perdón por ser curiosa, otro ahegao y ¡las calló!

Con cada broma y cada disculpa lograba más followers, más likes, más comentarios… Se salía. Ni siquiera se acordaba de Alma. Ahora era popular por derecho propio. Y Alma ni siquiera encendía el móvil…

El de Alba, sin embargo, no se apagaba nunca. Y se pasaba el día vibrando: su propio selfie la llamaba para ser aún más popular…

Así, fue publicando vídeos cada vez más gamberros: chillando en clase como una loca, dejando caca de perro en los parques de bebés, pegando con las populares a las marginadas, pintarrajeando paredes, haciendo pipí en macetas, poniendo picante en los meriendas de las otras personitas, pegando a su abuela, robando el teléfono de la maestra…

Cada vídeo más followers y más likes. Las otras populares la seguían y le hacían like en cada vídeo y post. Alma desaparecida.

El selfie que Alba guardaba en su móvil cada vez estaba peor. En la foto sólo veía una viejita en el cuerpo de una niña. Pero no una viejita como su abuela, sino una bruja mala y desdentada, encorvada, llena de verrugas peludas y rostro inflado de bótox verdoso. SI no fuera porque es imposible, Alba hubiese dicho que incluso olía mal… ¡Qué locura! Una foto en el móvil que huele…


Al día siguiente Alma reapareció. Parecía realmente enfadada. Miró a Alba con cara de desaprobación y no le dirigió la palabra ni la mirada más. Alba no entendía nada; o sí… . Alma escapaba de ella o actuaba como si fuese invisible. Era por los vídeos de broma.

Bueno, no pasaba nada. Ahora ya era popular por sí misma y le regalaban todo lo que pedía. No necesitaba a Alma para nada.

Camila se acercó: -Parece que tu amiguita va ahora de defensora de las marginadas. Ella es la buena y tú la mala, ¿no? Parece una vieja. Creo que se merece un baño de caca para bajarle esos humitos de niña buena y adorable…


El plan de Camila salió perfecto. Alba engañó a su amiga para hablar en un sitio retirado donde las esperaban las populares, que habían preparado un cubo lleno de cacas de la hipopótama del instituto.


En cuanto publicó la story logró los likes del grupo de las populares. Pintaba bien. Pero a medida que pasaba el tiempo los likes no subían. Y el número de followers bajaba.

Por la tarde, ya en casa, recibió un mensaje de Alma. ¡Era larguísimo! Empezó a leerlo. Alma no estaba enfadada, estaba triste y decepcionada. No entendía lo que Alba estaba haciendo. 

Volvió a vibrar el móvil. Alba miró la pantalla y allí estaba preparado para grabar una story. ¡Qué listo era el selfie! Un vídeo de disculpa y arreglado…

Pero fue peor… Sus followers empezaron a caer dramáticamente y empezó a recibir mensajes horribles. No podía ser. Todo su esfuerzo de semanas se iba por el water. Tenía que parar aquello. 

Se paró a pensar… Era el selfie, ese maldito selfie. Tenía que borrarlo. Ese selfie la obligaba a ser mala. 

Abrió la foto en su móvil y allí estaba ella misma. Pero sólo veía un monstruo. 

El móvil vibraba locamente y Alba apenas podía sostenerlo. Parecía que el selfie sabía lo que iba a pasar y se defendía. 

Su abuela picó a la puerta en ese momento. Alba gritó mientras trataba de controlar al móvil: -¡No pases abuela! Un momento.

Cuando hizo clic en borrar empezó a sentirse rara. Le dolía todo. Se le estaba encogiendo y acartonando la piel. Notaba cómo sus labios se encogían, sus ojos se hinchaban, la espalda le obligaba a encorvarse, le crecía la nariz, le salían arrugas, se le caían los dientes…


Cuando entra su abuela sólo encontró a una viejecita flaca, encorvada, arrugada y con cara de amargura mirando la foto de su nieta en el móvil.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado!

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