Electropoemario 0.1

Siempre soñé que me iría.

Miraba los cargueros en el horizonte y me imaginaba subido a uno. Navegando con el frío en la cara, descubriendo nuevas caras y nuevas ciudades. Lugares remotos donde todo era diferente.

Pero nunca me fui. Siempre mantuve una parte de mí aquí. Sólo viajé. Muy lejos; muchas veces; pero siempre en viaje de ida y vuelta. Siempre guardando mi alma en una cajita encerrada cerca del mar.

Nunca quise ni supe ni pude irme parasiempre.
Porque la única forma de irse es parasiempre.

Si no, sólo vamos de viaje.

Y aquí sigo.

Nunca más roto.

Recogiendo los pedacitos de mi orgullo malherido.

Absurdamente célibe para no perder el sabor de un sudor que hacía mucho que no olía a sexo de verdad. Ese olor inconfundible que sólo exudas haciendo el amor con todos tus sentidos. Ese sudor que exige que los dos seáis sólo un@ como si no hubiera un mañana, que no perdona ni un centímetro de descuido. Ese amor urgente y desesperado que nubla vuestros sentidos y la razón de vivir, que te atrapa entre sus piernas y te deja sin aire… Ese sudor que sólo recuerdo vagamente. Apenas lo entreveo en las ondas de un charco de lágrimas que no pude derramar. Mirando hacia un horizonte oscuro y brumoso donde las sombras aún dibujan los besos que me daba cuando todavía me amaba.

Célibe y vacío. Retumbando Evanescence en los altavoces.

Vomitando mi rabia y mi humillación.

Siempre soñé que me iría y que tú no vendrías conmigo.
Siempre creí que si me iba te olvidaría.
Siempre confié en que el tiempo y la distancia serían un Ctrl+Alt+Del.

Pero mi sistema operativo no se reinicia.
No responde nada. Pero no quiero perder todo lo que había hecho.

Y no, no tengo copia de seguridad. No lo grabé. ¡Estaba viviendo! ¿No me conoces? ¿Me has visto alguna vez hacer bien las cosas? Las hago a mi manera. Los coletazos agónicos de un ego que se ha arrastrado demasiadas veces por sus propias miserias.

Los que me ven sin conocerme no pueden imaginarse nada.

Me ven como un ególatra engreído y vacuo. Carne de gimnasio. Un kani medio bien vestido y que sabe hablar bien. Un macarra con pinta de malote ya pasadito de edad. Inmaduro y chuloputas. Educado y formal hasta resultar insolente. El típico subnormal con el que no tienes nada que hablar…

Y los que me conocen supongo que piensan lo mismo más o menos. Suavizando algo, potenciando alguna otra cosa buena que debo tener pero que no soy capaz de recordar.

Lo sé y lo asumo. No pretendo engañar a nadie. Ese es mi caparazón. Eso es lo que muestro. Ahí se esconde OcéanoInfierno de este mundo que no logra agarrar. Un mundo que sentía infinito de niño y que se me ha quedado pequeño. Finito e inaprensible. Tan pequeño que mis dedazos son incapaces de coger siquiera las piezas. Esas piececitas que una vez componían mi orgullo y que ahora sudo en el gimnasio levantando pesas como si fuera un poligonero que enseña el six-pack a cualquiera que le diga hola qué tal. El Jefe. Mi apodo. Ni Dandy Punk logro que me llamen mis amigos.

El Jefe que no es capaz de hacer algo tan sencillo como ser feliz. Disfrutar el momento que me toque. Sea el que sea. Siempre enredado en mil historias incapaz de sentarme y reflexionar más de cinco minutos seguidos. Enganchado a la wi-fi. Chupando información. Leyendo mil cosas diferentes cada día. Ni un segundo desconectado del mundo a través de la Red. Absorbiendo terabytes como un yonki.

Sí, el Jefe.
Ja.

Ya no recuerdo si alguna vez fui capaz de domar este corazón salvaje que galopa desbocado hacia el abismo.
Un corazón de hielo frente a tod@s. Incluso para l@s que más me quieren.

Una enana roja encerrada entre mis costillas abrasándome el esófago hasta hacer que vomite sangre carbonizada, negra como mi cerebro reventado contra el suelo una y otra vez. Noche tras noche. Dando vueltas a los mismos pensamientos. A las mismas pesadillas. A los mismos miedos. Una y otra vez. Las mismas garras. Los mismos colmillos. Noche tras noche.

Sin ti. Sin mí.
Una y otra vez.

Alone in the Dark.

Y toda mi tristeza se concentró en una lágrima. Sólo una lágrima.

Pude sentir cómo se formaba átomo a átomo. Una nube de antimateria desquiciada agitando mi lagrimal derecho para forzar el volumen crítico que hiciera caer esa lágrima solitaria y no huérfana.

Y cayó y pude sentir todo su camino como si un arado bajase por mis mejillas ardientes.

¡Suputamadre!

¡Qué bien sabía a derrota!


Desaparezco

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.