Mi país (1)

Si le hubiese dedicado al estudio de lenguas extranjeras la mitad del tiempo que le he dedicado al gimnasio, ahora sería catedrático emérito de lenguas orientales y traductor certificado de mandarín, cantonés y japonés.

No obstante, ese tiempo no ha sido malgastado. Desde hace casi diez años voy a un gimnasio municipal (de gestión privada, by the way) que, por múltiples circunstancias, es un exponente máximo de la diversidad. Pero no de esa diversidad cool de gente trendy de diversos colores, pero todos iguales en su exultante belleza, salud y vitalidad que salen en los anuncios.

Es una diversidad hardcore.

Allí encontramos jubilados que van a pasar el día con sus amigos. A amas de casa cincuentonas que han recibido la bronca del médico por descuidarse y van a hacer algo de ejercicio. Discapacitados físicos que tratan de superar sus barreras con tenacidad y determinación. Enfermos mentales que te miran fijamente mientras tararean óperas. Canis que se sacan selfies del six-pack con amigos. Chavales que dan sus primeros pinitos en un gimnasio. Estudiantes, trabajadoras, empresarios, personal de la limpieza que al acabar su jornada aún tienen ganas de darle al esqueleto en el mismo sitio que acaban de limpiar…

Pero sobre todo hay diversidad de orígenes: españoles (y ¡catalanes!), franceses, alemanas, italianas, rusos, bielorrusas, ukranianos, ingleses, belgas, serbios, checas, rumanas… Todo en orden.

Hay más: ecuatorianas, mexicanos, colombianos, peruanas, argentinas, chilenos, uruguayas, panameños, dominicanos, hondureños… Todo más o menos en orden.

Y más: senegaleses, marfileños, nigerianos, marroquíes, argelinas, egipcias, chinas, japoneses, pakistaníes, indios (hindúes y musulmanes), mongoles (sí, de Mongolia, flipas)…

Más de la mitad de los usuarios es extranjero.

Hay otros gimnasios cerca; tanto pijos como low-cost. Pero este gimnasio en concreto tiene algo peculiar. Y he conocido muchos… Supongo que es porque está en una zona densamente poblada (Sagrada Familia), con estratos sociales muy diversos y muy acostumbrados a la mezcla. O que hay múltiples descuentos y exenciones para colectivos anormales (he intentado acogerme a alguno, pero mi anormalidad no está subvencionada).

O porque en ese gimnasio la gente se saluda y habla con desconocidos sin importar para nada lo diferente que seas. Allí todos vamos a lo mismo: pasar un buen rato haciendo ejercicio. Sencillo.

Debo decir que mucha gente lo aborrece: es caro, no ofrece toallas o servicios especiales, hay pocas mujeres y las pocas que hay se sienten observadas (con razón). Muchas veces está tan lleno que hay que planificar cuidadosamente tu rutina para no hacer muchas colas. Las máquinas tardan en arreglarse. Hay pocas pesas. Las zonas de abdominales son insuficientes. Las máquinas están muy juntas. Es un desastre… pero me gusta. A mí y a muchos y muchas.

Muchos pensaréis que, aparte de ser un capullo que dedica demasiado tiempo al culto al cuerpo (y al ego), debo ser un cotilla de cuidado que investiga quién es quién para saber de dónde son en un afán insano por ubicar a mis interlocutores. Nada más lejano. En este gimnasio se produce una extraña camaradería entre los y las que sudamos que hace que iniciar una conversación a puerta fría sea lo más natural del mundo.

Pero lo dejo aquí, que parece que esté haciendo publicidad del gimnasio…

El Chino, un dominicano con el vozarrón más potente que puedas imaginar a pesar de lo chico que es… Cómo no, un usuario del gimnasio, aunque haga ya casi un año que no aparece… ¡Es lo que tiene ser una superstar!

El caso es que la mayoría de esos foráneos distinguen a los catalanes-catalanes de los catalanes-pero-tú-ya-sabes.

Yo soy un catalán-pero-tú-ya-sabes.

Yo soy de los que están en una conversación donde se habla de lo difíciles que son los catalanes y cuando recuerdas tu condición de catalán te responden que sí, que eres catalán pero tú ya sabes, hablamos de los catalanes catalanes, no de ti. Ni de Sergio, ni de Genís, ni de Jordi, ni de Joan Pau, ni de Sergio, ni de Xavi… Hablan de los catalanes catalanes.

Lo primero que os vendrá a la cabeza a los no catalanes es que se refieren a Los Catalanots (sorpresivamente no he encontrado ninguna definición en la red; es un término entre cariñoso y peyorativo para designar a los muy muy catalanes y simplones) o los Polacos: los que no cambian de idioma cuando hay gente que no entiende catalán; los botiguers o taxistas que prefieren perder una venta a usar el español; los que van en collas (grupo de amigos de siempre) impenetrables donde nadie te dirigirá más de tres frases seguidas hasta pasados varios meses; los que pase lo que pase van a hablar de Catalunya y la Independència aunque lo conozcas de hace tres minutos; los que detestan todo lo que huela a español y desprecian cualquier elemento cultural que pueda ensuciar su catalanidad…

Pero no. De esos catalanes, afortunadamente, quedan muy pocos.

A pesar de lo que pueda pensar la gente que no vive aquí, esa Catalunya ha muerto. Existió y yo la viví. Iba a decir sufrí, pero sería injusto. Yo vi esa Catalunya racista contra los hijos de españoles. Yo era uno de ellos pero nunca fui considerado un xarnego. Yo no sentí el desprecio. Pero lo vi muchas veces. De forma velada y no violenta. Pero pesada y asfixiante. Recuerdo múltiples expulsiones de las clases de Català o de Història de Catalunya por decir que no me tragaba esa o aquella mentira. Por decir que esos xarnegos eran el motor de Catalunya. Porque yo los veía cada día. Yo vivía en la frontera de L’Hospitalet con Barcelona. Yo vivía en un territorio comanche que ahora es pin.

Es una burda simplificación, lo sé. Había muchos matices y claroscuros. Yo era joven y tampoco tenía la amplitud de miras que te da la experiencia. Pero era una Catalunya que ya no existe. Una Catalunya que se volatilizó de la noche a la mañana cuando llegó la inmigración (de fuera de España) y Barcelona se transformó en un must-see. En el Edén del turismo de masas. En el tick imprescindible para todo viajero.

De esa Catalunya también surgió otra anti-Cataluña. Los anti-Catalanes. Los que se negaban a hablar en Catalán. Los que despreciaban todo lo que oliera a tradición o cultura catalana. Los que se sentían perseguidos y acosados por el catalán. Los que se burlan con odio de cualquier cosa que suene a catalana. Los que odian la tierra en la que viven y la sienten como territorio conquistado. Conocí chicos que hablaban en catalán con sus padres pero nunca, bajo ningún concepto, hablaban catalán fuera y mostraban orgullosos  sus camisetas de la selección española donde fuera.

Cuántos de estos catalanes anti-catalanes creó el estúpido adoctrinamiento catalanista en las escuelas «avanguardistes» que incluían el racismo y el germen del fascismo en sus estúpidos planteamientos pedagógicos.

Sí, esa anti-Cataluña existía y existe.

A lo que iba…

Esa Catalunya desapareció en un suspiro.

Y en ese suspiro nos quedamos atrapados todos aquellos que, como yo, han nacido en Catalunya y tienen padres del resto de España. Catalanes sin serlo del todo pero que tampoco son de otro sitio. Vinculados emocionalmente a España y a Cataluña. En porcentaje variable (¡qué gracioso es lo de preguntar qué porcentaje de catalán y español eres! ¿49,7% vs 50,3% qué indicaría?). Un poco como Afrikáners

Yo hablo catalán. Escribo bien en catalán sin faltas ortográficas. Leo en catalán. Y lo hago porque es una lengua que quiero y respeto. Y no sólo porque la hablen y sientan personas a las que quiero y respeto, sino porque me parece que un idioma que ha perdurado, ha evolucionado y se ha adaptado para poder tratar desde filosofía hasta física cuántica merece un respeto. Y defensa frente a su deterioro o pérdida. Y porque forma parte de mi herencia y acervo cultural. Yo aprendí catalán porque quise (a pesar de lo odiosas que se me hacían las profesoras de catalán). Y lo hice a base de leer a autores catalanes como Mercè Rodoreda o Prudenci Bertrana. Así que nadie puede decir que yo no contribuyo a Catalunya y a la Cultura Catalana.

Yo amo Catalunya. Amo sus costumbres y tradiciones y quiero que se mantengan. Y lo hago mediante la práctica. ¡Yo hago calçotades! Yo introduzco a todos los extranjeros en las costumbres y usos catalanes. Incluyendo el catalán, que poco a poco voy usando con mis amigos foráneos para que lo vayan aprendiendo…

Y yo pertenezco a esa nueva Catalunya que, ahora mismo, tiene la llave del futuro de Catalunya y del de España. Y no os creáis que hablo de un grupo homogéneo ni identificable. Os hablo de un grupo que abarca desde votantes de la CUP hasta votantes de C’s, desde ácratas hasta mossos d’esquadra, desde venerables ancianos hasta hijos de latinoamericanos…

Os hablo de la Otra Catalunya.

De una Catalunya que no aparece ni en los medios de Barcelona ni en los de Madrid.
De una Catalunya silenciada sin acritud ni duelo.
De mi Catalunya.img-20150723-wa0005

Reconozco que cuando todo esto del Procés Constituent empezó en serio sentí cierta alarma. Esa Catalunya que creía desaparecida volvía con fuerza e ímpetu redoblados. Una Catalunya plagada de banderas y símbolos patrios sagrados. De blanco o negro. De patriota o traidor. Y cada vez eran más. Empezó el PSC con una reforma del Estatut que fue estúpidamente insultada en el Tribunal Constitucional. Una afrenta. Un insulto a la voluntad del pueblo. Un claro mensaje desde el Gobierno Central.

Toda leyenda necesita sus mártires. Y aquí sobran voluntarios. Poco a poco se fue añadiendo gente. Primero, claro está, toda la cantera de Madriz-haters / Espanya-ens-roba. Los que odian furibundamente todo lo que huela a español. Los que no tienen reparo en reinventarse la historia para que cuadre con su cosmogonía épica de la patria perdida (robada). Los que lanzan soflamas claramente racistas sin despeinarse su izquierdismo. Omnium Cultural y gente de esa.

También los de ERC. Que nunca han sido ni republicanos ni de izquierdas. Sólo catalanistas. Desde siempre. Un único punto en todos sus programas electorales. Independencia. Lo demás es secundario. Ya se verá…

Luego sectores de la derecha nacionalista. Y de la izquierda (?) del PSC. Y luego más gente… gente normal. Amigos. Gente buena y honesta que se sentían catalanes y querían un cambio.

Y yo llevaba a Dolors, una mujer de más de 90 años que espera impacientemente todas las citas inexcusables del catalanismo militante porque la llevo siempre, muy a mi pesar, sabiendo que son los pocos buenos momentos que le quedan. Así que he podido ver de cerca todo el sarao que se ha montado.

No me gusta. Odio ver banderas por todas partes. Odio ver telediarios catalanes (no tengo tele, así que lo que puedo pillar por Internet) porque son monotemáticos. Los periódicos tres cuartos de lo mismo. Procés. Independència. República Catalana. El paraíso. Compras 2 y te llevas 100. Esto va a ser la polla. España nos roba miles de millones al año que nosotros reinvertiremos con justicia y sabiduria como un maná sobre el pueblo elegido por los dioses para vivir en el Edén. Todo eso haremos con lo que nos están robando. Un matrimonio que no nos conviene. Cortamos y ya. Seguiremos siendo europeos. Con más razón que los españoles. Nosotros somos el motor de España. ¿Qué coño se creen?

Pues todo esto se ha dicho. Y lo han dicho personas medianamente responsables e inteligentes. Gente con la que puedes hablar de otras cosas con toda naturalidad pero que pierden la razón cuando tocas un tema sentimental.

Es algo así como el Barça. Sí, el Barça es la mejor alegoría del catalanismo…

Estoy hasta los huevos del Barça.
Me gusta si voy al campo. Allí sí soy culé.
Disfruto cuando se enfrenta al equipo de los súper-villanos y los aplasta con elegancia y juego limpio.
Pero no dejo de hacer nada medianamente interesante por un partido.
Me da igual cómo haya quedado.

No sigo las competiciones.
No sé la alineación.

Me la suda el Barça y cualquier otro. Con ver un par de partidos al año tengo más que suficiente.

Sí, es una declaración de principios.

El caso es que esta gente empieza a hacer marchas de antorchas nocturnas en las vigilias del 11-S, Diada Nacional de Catalunya. Hacen esteladas gigantescas con velitas en los pueblos. Llenan Catalunya de esteladas por todas partes. Desde banderas compradas en los chinos colgadas en las ventanas hasta enormes esteladas en cada monte, montículo, peñón o entrada de pueblo. Declaraciones municipales de independencia. El tema que empieza a colapsar todos los medios catalanes. Ya no hay otra cosa. Es la máxima preocupación de todos.

Y de repente, el representante máximo del pueblo catalán, se lía a referéndums o plebiscitos, se lo echan para atrás sin ni siquiera escuchar, se enrabieta y, de la forma más insensata posible, cuando tenían al mundo observando atentamente y con cierta simpatía, se lía y nos embarca a todos en un proceso suicida y maléfico.

Suicida porque no tiene salida.

El mundo en que vivimos es muy jodido. Nos guste o no, vivimos en el mundo de los Mercados. Mandan ellos a pesar de lo que nos creamos. Les dejamos mandar. Por comodidad. Pero esa comodidad también tiene un precio. Y es la seguridad jurídica que demandan los Mercados. La Unión Europea está con los Mercados. El Gobierno de España está con los Mercados. El Govern Català está con los Mercados.

Lo siento, que un estado democráticos transgreda las normas del juego te convierte en un parias.

Nos quieren hacer creer que nos iríamos sin deudas. Que la deuda española no es nuestra. Que las pensiones nos las darían completas (como si las tuvieran). Que seguiríamos siendo españoles y europeos. Que los que nos roban tendrían que aceptar que somos la leche y tendrían que buscar un acuerdo para no perder poder en Europa…

Flipante que un tío que llega a President de Catalunya se suicide políticamente junto con la ilusa esperanza de muchos.

Y maléfico por el daño que le hace a Catalunya.

¿Somos conscientes de la patochada que estamos haciendo? ¿Leemos lo que dicen de nosotros en la prensa extranjera? ¿No vemos cómo nos ven desde Europa?

Se equivocan muy mucho los que proclaman alegres y ufanos que las inversiones extranjeras en Catalunya crecen por la confianza que les da el Procés. Invierten porque ya han visto que el Procés está muerto antes de nacer.

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Porque esa inmensa mayoría de catalanes independentistas no existe. Por mucha aritmética mágica que se le busque, esa mayoría no está. Ni la mayoría que debería ser razonable en estos casos (2/3 al menos, como cualquier decisión importante), ni la de la mitad más uno. No la hay.

Si esto era un plebiscito, lo que cuentan son los votos, no los escaños.

¿O para decidir la independencia habrá algunos votos que valgan más que otros? ¿Pesará más el voto de un payés de l’Empordà que el mío? 

Así que proclamar la independencia porque no te dejan hacer un referéndum (aunque lo hayas medio-hecho y perdido bajo la forma de plebiscito) es una especie de rabieta pueril a las que tan dados somos los tíos, seamos heteros, gays o loquecojonessea. En el mismo momento en el que se sueltan las sandeces de la Declaración de Inicio del Proceso de Independencia perdimos el respeto del mundo entero.

Penoso…

¿A nadie le sorprende que los últimos portavoces de la CUP se hayan llamado Antonio Baños o David Fernández? ¿Que uno hable de una federación de repúblicas ibéricas y el otro sea seguidor del Rayo Vallecano? ¿Qué defiende En Comú Podem? ¿Es Catalunya ya demasiado española para dejar de serlo? ¿Es España ya demasiado catalana como para seguir siendo España sin Catalunya?

Todos sabemos la respuesta…

Pero atención, esta otra cara del catalanismo no se había visto hasta ahora. Y, puede pegar muy fuerte.

En Catalunya y en España.

Continuará*…

(*) Mira tú qué tontería, pero este Continuará… me ha encantado escribirlo.

Créditos, rapiñas y pirateos varios:

https://urbanplushproject.wordpress.com/2012/02/21/diversity-the-art-of-thinking-independently-together-malcolm-forbes/

https://tctechcrunch2011.files.wordpress.com/2015/02/diversity-e1425048481664.jpg

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