Puto WhatApp, puto Facebook, putas llamadas indiscretas, putos mensajes a deshoras, putos cotilleos digitales, puto gran hermano, puto móvil, putorreputo, suputamadre y la virgen de los requeteputos tecnificados.
Te dejan por Facebook. Humillaciones digitales. Te quitan de amigos. Esconden los amigos. Te bloquean por Facebook. O discutes de cosas personales por WhatsApp. O te mandan enlaces del Youtube con la canción que dice lo que te quiere decir.
Miramos el móvil unas 150 veces al día. Cuando estás mal muchas más. Muchas… Ese pánico cuando tu pareja te coge el móvil. No tienes nada que ocultar, pero siempre hay un premio para el que busca presa. Aunque no exista. O sí.
Aún recuerdo cuando todo empezaba. Primero el ZX Spectrum. Luego las torres con monitores de fósforo verde. Mucho después telnets al MIT desde la UPC. Los móviles. Windows 3.1. Eudora. Netscape. Altavista. Webs. Portales. Luego móviles con más funcionalidades. Luego más portales. Chats. Messenger. Todo. Ya. En tropel. Cada vez más rápido. Cambiamos la tecnología por temporada. Como la ropa. Cada año Apple saca su novedad. Y Samsung. Y todos.
Quizás fue en otro orden. Pero fue. Es. Día a día. Y hemos cambiado. Todos. Ya nadie está fuera del gran mundo interconectado.
24 horas al día. 365 días al año. Todo, absolutamente todo…
Antes leía. Disfrutaba la lectura. Me embebía. Me olvidaba de todo. Disfrutaba los viajes. Apenas teníamos nada. Una cámara con disparos limitados. Buscar un teléfono público para llamar a casa y dar señales de vida. Eso era todo. Conversaciones al 100% de atención. Ni el reloj existía. Toda nuestra atención estaba en el momento. Si tenías una duda tenías que guardarte mentalmente el asunto y lo buscabas en la enciclopedia. O tenías que ir a una biblioteca y buscarlo en libros especializados. Añejos. Olían a sabiduría. Algunos. También había mierda. Mucha.
Sentías el momento. No había otro. No había un más allá de ese horizonte.
No hablo de un paraíso. No digo que fuera mejor ni peor. Era diferente. Un mundo limitado e inmediato. Yo lo recuerdo. O ahora lo veo limitado e inmediato.
Y, de repente, se aceleró todo. Aún recuerdo cuando en el trabajo auto-justificaba mi trabajo mostrando que casi un 10% de los médicos buscaban información de medicamentos por Internet. Ahora son el 95%. Y el 5% va desapareciendo. En nada ya sabíamos si habían visto nuestros mensajes. Si recibían nuestras llamadas. Se sabía todo. Cualquier duda resuelta de inmediato. StreetView.
Y, poco a poco, muy rápido, empezamos a perder el foco.
A perder el momento.
No nos dimos ni cuenta. Todo era ya. ¿Dudas? Google. Wikipedia. Maps. Atento al móvil. Llamadas, mensajes, emails… Miramos webs abriendo pestañas para leerlas más tarde, saltamos de una app a otra, compulsivo. Ya nadie piensa en nada. Siempre tenemos el móvil. O el ordenador. O la tablet. Interconectados a todo y a todos. Buscando desesperados algo o alguien que sacie nuestro apetito. Noticias consumidas al vuelo. Una detrás de otra sin orden ni concierto. Importa lo mismo un bombardeo sobre población civil en un país lejano que el elevado porcentaje de gente que se blanquea el ano. Suputamdre, se blanquean el ano… Fuerte aplauso y ovación para el/la despreciable imbécil que se blanquea el ano. Y esta semana toca atentado y terror. Y estamos hablando con amigos en una terraza y, mientras, chateamos con otro amigo. Y nos llaman. Y miramos quién nos whatsapea…
Pero esto no es lo peor de todo. ¡Aún hay más!
Toda esta interconexión tiene un efecto colateral: el gran plan.
El Gran Plan.
Más que interconectados estamos imbricados. Tentáculos, más o menos poderosos, organizan nuestra vida hasta el mínimo detalle. Siempre otra posibilidad. Siempre conectados a algo o alguien. Tratando de alinear vectores. Hago esto. Dragan queda libre a tal hora. Joan Pau está en tal sitio. Yo paso cerca. Aprovecho y compro aquello. Y hago llamadas. Y miro el WhatApp. Ya nunca estamos. Siempre vamos a hacer. Sintiendo siempre que perdemos el tiempo. Que podemos hacer algo más. Ver algo más. Escuchar algo más.
Vivimos con el reloj adelantado. Siempre un paso por delante. Planificado. Todos integrados en un gran plan. Ciego y desbocado. Encajamos las piezas para ser un buen engranaje. Y lo somos. Todos lo somos.
Vivimos en el futuro inmediato.
El presente ya está aquí y ya se agota. Se escapa. Lo importante es lo siguiente. Lo que hago a través del móvil. La posibilidad de…
Nuestro reloj se ha adelantado porque podemos predecir un poco el futuro. Porque podemos controlar lo que va a pasar ahora. Lo que voy a ver ahora. Lo que voy a saber ahora.
Y vivimos huyendo hacia adelante.
Porque el ahora ya está pasado.
Siempre adelante.
Los grandes viajes de ahora son la alegoría perfecta de este cambio.
Ya nadie vuelve con recuerdos vívidos. Regresamos con souvenirs.
Experiencias enlatadas. Leves impresiones que compartimos en redes sociales. A las que les sacamos mil fotos. Grabamos vídeos. Vivimos la tiranía del encuadre (gracias Olman). La tiranía del plan. Del qué toca mañana. Del dónde cenamos. Del míralo en Google. Del no hay cobertura. Del buscar wifi desesperados. A veces, sólo a veces, llegamos a sitios ignotos. Sin Internet. Sin conexión. Y, aún así, seguimos siendo los mismos. Porque ya lo tenemos en el ADN. Nuestro reloj biológico se ha adelantado. Vivimos adelantados al tiempo.
Y el tiempo pasa persiguiendo al siguiente momento. Y así siempre.
Hasta que te paras, recapacitas, te das cuenta de lo tonto que eres y miras el móvil otra vez a ver si hay mensajes, o twits o llamadas o loquesea…
Y sabes que esto no es lo que quieres. Pero es lo que tienes.
Otro souvenir.
Créditos, referencias y rapiñas varias:http://roys-art.deviantart.com/
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